viernes, 30 de mayo de 2008

TAREA 3

ANTONIO MACHADO:


Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.


JUAN RAMÓN JIMENEZ:

¡Qué miedo el azul del cielo!
¡Negro!
¡Negro de día, en agosto!
¡Qué miedo!
¡Qué espanto en la siesta azul!
¡Negro!
¡Negro en las rosas y el río!
¡Qué miedo!
¡Negro, de día, en mí tierra
-¡negro!-
sobre las paredes blancas!
¡ Qué miedo!

RAFAEL ALBERTI:

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá? Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera;
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!

FÉDERICO GARCÍA LORCA:

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

*

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
sonando en la mar amarga.

*

-Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montaña por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
-Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo
ni mi casa es ya mi casa.
-Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
-Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
-Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

*

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

*

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
-¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!.
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.





PEDRO SALINAS:

Sí. Cuando quiera yo
la soltaré. Está presa,
aquí arriba, invisible.
Yo la veo en su claro
castillo de cristal, y la vigilan
—cien mil lanzas— los rayos
—cien mil rayos— del sol. Pero de noche,
cerradas las ventanas
para que no la vean
—guiñadoras espías— las estrellas,
la soltaré. (Apretar un botón.)
Caerá toda de arriba
a besarme, a envolverme
de bendición, de claro, de amor, pura.
En el cuarto ella y yo no más, amantes
eternos, ella mi iluminadora
musa dócil en contra
de secretos en masa de la noche
—afuera—
descifraremos formas leves, signos,
perseguidos en mares de blancura
por mí, por ella, artificial princesa,
amada eléctrica.


JORGE GUILLÉN:


Blancos, rosas... Azules casi en veta,
retraídos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
¡Oh absoluto presente!

LUIS CERNUDA:

Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.

Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte

VICENTE ALEIXANDRE:


¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?

Las líneas graves van. Mas de su planta
brota la curva, comba su justeza
en la cima, y respeta la corteza
intacta, cárcel para pompa tanta.

El alto cielo luces meditadas
reparte en ritmos de ponientes cultos,
que sumos logran su mandato recto.

Sus matices sin iris las moradas
del aire rinden al vibrar, ocultos,
y el acorde total clama perfecto.
MIGUEL HERNANDEZ
Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,abiertos ante el cielo como dos golondrinas:su color coronado de junios, ya es rocíoalejándose a ciertas regiones matutinas.Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,como bajo la tierra quiero haberte enterrado.Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,al fuego arrebatadas de tus ojos solares:precipitado octubre contra nuestras ventanas,diste paso al otoño y anocheció los mares.Te ha devorado el sol, rival único y hondoy la remota sombra que te lanzó encendido;te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,tragándote; y es como si no hubieras nacido.Diez meses en la luz, redondeando el cielo,sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;atardeció tu carne con el alba en un lado.El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,carne naciente al alba y al júbilo precisa;niño que sólo supo reir, tan largamente,que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.Ausente, ausente, ausente como la golondrina,ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:golondrina que a poco de abrir la pluma fina,naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,de llegar al más leve signo de la fiereza.Vida como una hoja de labios incipientes,hoja que se desliza cuando a sonar empieza.Los consejos del mar de nada te han valido...Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,de enterrar un pedazo de pan en el olvido,de echar sobre unos ojos un puñado de nada.Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;los latentes colores de la vida, los huertos,el centro de las flores a tus pies destinado,de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.Mujer arrinconada: mira que ya es de día.(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,la noche continúa cayendo desolada
JOSE HIERRO
Viene, se sienta entre nosotros, y nadie sabe quién será, ni por qué cuando dice nubes nos llenamos de eternidad. Nos habla con palabras graves y se desprenden al hablar de su cabeza secas hojas que en el viento vienen y van. Jugamos con su barba fría. Nos deja frutos. Torna a andar con pasos lentos y seguros como si no tuviera edad. Él se despide. ¡Adiós! Nosotros sentimos ganas de llorar.

viernes, 16 de mayo de 2008

Está Dolores en casa preocupada esperando a que llegue su marido que había salido de fiesta el día anterior cuando de repente suena el teléfono.Ella lo descuelga y con una suave voz dice:
-¿Diga?
-(Al otro lado del teléfono) Si perdone por llamar a estas horas...¿Es usted Dolores García la mujer de Javier Fernández?
-Sí ¿por qué le ha pasado algo?
-Bueno señora usted no se preocupe está bien, un chico le encontró en medio del lago Brisa en una barca desnudo y...
-Pero¿está bien?
-Si tranquila venga aquí y se lo explicaremos.
(Dolores se vistió rápidamente y aunque no tenía carnet cogió el coche y fue al hospital. En unos segundos estaba allí)
-(Preguntando en recepción) Perdone soy Dolores García la mujer del hombre que encontraron en una barca en el lago.
-(recepcionista..) Si espere un momento.
-(Una voz reconocida) Perdon ¿es usted la mujer Javier?
-Si señor ¿y usted quién es?
-yo soy Lucas el hombre que le encontró.
-¿Lucas?¿Lucas Suarez?
-Si señora ¿usted me conoce?
-Si fuimos juntos a clase en la universidad.
-Ah usted es dolores..a mi me tenia loquito por sus huesos...
-Lo mismo le digo era el chico más popular y todo el mundo besaba por donde usted pisaba y aunqe me gustases no me quería acercar a ti..
-Bueno nos estamos llendo por los cerros de Ubeda.
-Ya pero es una conversación muy interesante..
-Si tienes razón.
-¿Puedo besarte?
-¿Y su marido?
-Tan solo un beso por esos viejos tiempos..
-De acuerdo tan solo un beso.
(Se besaron pero fuemas que eso...se metieron al cuarto de la limpeza y alli pasó lo que paso...)
Derrepente dolores se despertó y su marido que alli estaba a su lado le pregunto:
-¿Estras bien amor mio?
(Dolores le miro con ojos estrañados)y dijo:
-Si cariño mas nunca te separes de mi..nunca...te quiero.



Jéssica Pérez Fernández 4ºC